En ocasiones, al abrir una novela y comenzar a leerla, se produce ya desde sus primeras páginas algo mágico: la certeza de que uno no podrá abandonar su lectura hasta llegar a su final, la impresión de que el mundo, la realidad que nos circunda, se licuará hasta hacerse invisible, secundaria. Eso es lo que transmite Joaquín Lloréns con este texto hipnótico, en el que acompañamos al fagotista Rembrandt Masteling en el descubrimiento de una orquesta cuando menos curiosa y enigmática.
Hasta ahora, los lectores de género negro conocíamos al autor balear por sus entregas anteriores y por ser el creador de Beatriz Segura, su investigadora licenciosa, y de repente nos sorprende y encandila regalándonos un texto anterior, del comienzo de su producción literaria, que es un auténtico tesoro, tanto en lo formal como en lo argumental, porque ambos aspectos van íntimamente entrelazados, y si la prosa utilizada es magnética hasta el sonambulismo, el misterio que se oculta entre los muros de cierto edificio pone el complemento perfecto para esa lectura casi ininterrumpida de la que hablaba al principio.
Gradación de la intriga, documentación exhaustiva que el lector no nota pero sí disfruta, unos músicos más que curiosos, una leyenda demoledora, unos recuerdos literarios de altura, empezando por Lovecraft, y una capacidad para seducir con la palabra que para sí quisieran muchos autores, esos son algunos de los valores que atesora esta novela y que nos haría desear estar dentro de ella, para poder escuchar los acordes tan peculiares que emanan de esa demoníaca orquesta. Llámenlo distopía, ultropía, ciencia ficción, o mejor, llámenlo simplemente gran literatura.
